APUNTES DEL LIBRO"SEGUNDA VENIDA DE CRISTO" POR PARAMAHANSA YOGANANDA
CONSCIENCIA
CRÍSTICA, 3ra parte
« y la condenación consiste en que la luz
vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus
obras eran malas * . Pues todo el que obra el mal, odia la luz y no se acerca a
ella, para que nadie censure sus obras. Pero el que obra la verdad se acerca a
la luz, para que quede de manifiesto que actúa como Dios quiere» (Juan
3:19-21).
De la omnipresente luz de Dios,
imbuida de la Inteligencia Crística universal, emanan silenciosamente la
sabiduría y el amor divinos para conducir a todos los seres de regreso a la
Conciencia Infinita.
El alma, al ser una proyección del
Ser, es una luz que está siempre presente en el hombre para guía de a través
del entendimiento y de la voz intuitiva de la conciencia.
Sin
embargo, muy a menudo el ser humano trata erróneamente de justificar los
hábitos y caprichos enraizados en sus deseos y hace caso omiso de dicha guía;
tentado por el "Satanás de la ilusión cósmica", elige acciones que
extinguen la luz de la guía interior del discernimiento.
El origen del pecado y del
consiguiente sufrimiento físico, mental y espiritual reside, por lo tanto, en
el hecho de que la inteligencia y el discernimiento divinos que posee el alma
se reprimen debido al mal uso que hace el hombre del libre albedrío otorgado por
Dios.
Aun cuando la gente que carece de
entendimiento atribuye a Dios sus propias tendencias vengativas, la
«condenación» acerca de la cual hablaba Jesús, no constituye un castigo
impuesto por un Creador tiránico, sino que se trata de los resultados que el
hombre atrae sobre sí mismo por sus propias acciones, de acuerdo con la ley de
causa y efecto (karma) y la ley del hábito.
Sucumbiendo a los deseos que
mantienen su conciencia absorta y recluida en el mundo material -las «tinieblas
o porción densa de la creación cósmica donde la luminosa Presencia Divina se
halla intensamente velada por las sombras de la ilusión de maya, los
individuos ignorantes, identificadas en su condición humana con el ego mortal,
se abandonan de manera reiterada a sus modos equivocados de vivir, los cuales
quedan entonces grabados con fuerza en su cerebro como malos hábitos de
comportamiento mortal.
Cuando Jesús señaló que los hombres
aman las tinieblas más que la luz, se refería al hecho de que los hábitos
materialistas alejan de Dios a millones de personas, toman, en cambio, el
camino más fácil, que consiste en deslizarse cuesta abajo por la colina de los
malos hábitos, acostumbrándose así a las tinieblas de la conciencia mundana.
Dado que rehúsan escuchar la voz de
la Conciencia Crística que les susurra desde el interior de su propia
conciencia, se privan de la experiencia del gozo, infinitamente más tentadora,
de la cual podrían disfrutar a través de los buenos hábitos que la guiadora luz
de la sabiduría, presente en sus almas, les impulsa a crear.
Las
tentaciones materiales prometen felicidad como resultado de la satisfacción de
los deseos; alentados por la perspectiva de obtener aunque sólo sea una mínima
satisfacción temporal, quienes forman hábitos erróneos y no han estado
expuestos al gozo superior de los buenos hábitos prefieren soportar las
consecuencias de la satisfacción de los deseos perjudiciales, antes que
realizar el menor esfuerzo por reformarse.
Al
final, terminan adaptándose de tal modo a la costumbre de ceder automáticamente
a la incitación de los malos hábitos, a pesar de las inevitables repercusiones
que esta actitud les acarrea, que rechazan categóricamente la idea de abandonar
un placer tan traicionero.
Las
tentaciones materiales prometen felicidad como resultado de la satisfacción de
los deseos; alentados por la perspectiva de obtener aunque sólo sea una mínima
satisfacción temporal, quienes forman hábitos erróneos y no han estado
expuestos al gozo superior de los buenos hábitos prefieren soportar las
consecuencias de la satisfacción de los deseos perjudiciales, antes que
realizar el menor esfuerzo por reformarse.
Al
final, terminan adaptándose de tal modo a la costumbre de ceder automáticamente
a la incitación de los malos hábitos, a pesar de las inevitables repercusiones
que esta actitud les acarrea, que rechazan categóricamente la idea de abandonar
un placer tan traicionero.
Las
inquietas personas mundanas, habituadas a la actividad continua, se sienten
agobiadas cuando piensan en practicar deliberadamente la quietud de la
meditación. Hacen caso omiso del solaz que la comunión con Dios ofrece al alma,
pues están convencidas de que sentirán mayor bienestar dando satisfacción a las
tendencias que constituyen su segunda naturaleza; la preocupación, el
nerviosismo, la charla ociosa y los deseos materiales, por destructivas que
éstas sean, en lugar de esforzarse por experimentar el gozo del contacto
divino, con el que aún no se hallan familiarizadas.
El
único modo en que les sería posible vencer el perverso hábito del apego mundano
consistiría en desarrollar un apego aún mayor por la paz y la bienaventuranza
divinas que se obtienen como resultado de alimentar el buen hábito opuesto de
la meditación diaria.
De
allí el énfasis de Jesús en señalar que con la luz del despertar del alma es
posible desvanecer de la conciencia humana la tendencia mortal a preferir las
engañosas tinieblas de la materialidad. Ejercitando una y otra vez la fuerza de
voluntad para meditar de forma profunda y regular, se puede obtener el contacto
con la supremamente satisfactoria Bienaventuranza de Dios y traer de nuevo a la
conciencia ese gozo en todo momento y lugar.
Al
comparar a los hombres de las tinieblas con los hombres de la luz, “Jesús” cita
el error pensamiento universal que cometen los esclavos de los hábitos: evitar
todos los pensamientos relativos a la mayor plenitud de la mente y del cuerpo
que les aguarda como resultado de la práctica de los buenos hábitos, porque
temen que, al abandonar los imaginados placeres relacionados con el cuerpo,
sufrirán la angustia de la privación.
Al
igual que la lechuza, que ama las horas nocturnas y se oculta durante el día,
del mismo modo, las personas gobernadas por hábitos oscuros rehúyen la luz del
mejoramiento personal.
Siempre
que una persona se halle envenenada con actitudes y pensamientos negativos, su
oscura mentalidad profesará odio hacia la luz de la verdad. Sin embargo, el
aspecto positivo de los malos hábitos es que muy pocas veces cumplen sus
promesas. Con el tiempo, queda al descubierto que no es otra cosa que unos mentirosos
empedernidos.
Por
ese motivo, las almas no pueden permanecer engañadas ni esclavizadas
eternamente.
Aun
cuando quienes tienen malos hábitos retroceden al principio ante la idea de
vivir mejor, una vez que se han saciado de su mal comportamiento, después de
haber sufrido las consecuencias por tiempo suficiente, se vuelven en busca de
consuelo hacia la luz de la sabiduría divina, a pesar de que todavía persistan
algunos malos hábitos arraigados que deban erradicarse.
Si
continuamente practican formas de vivir que se encuentren en armonía con “la
Verdad, en esa luz” llegarán a experimentar la paz interior y el gozo, que son
el resultado del autocontrol y de los buenos hábitos.
«Pero el que obra la verdad se acerca a la luz, para que quede de
manifiesto que actúa como Dios quiere».
El
término «verdad» es un concepto muy escurridizo; Jesús mismo rehusó definido
cuando fue interrogado por Pilatos". No siempre es posible aplicar
criterios absolutos en nuestro mundo relativo.
Para
adherirse a la verdad en la vida cotidiana, el hombre debe guiarse por la
sabiduría intuitiva; sólo ella dilucida infaliblemente lo que es correcto y
virtuoso en cada circunstancia. La voz de la conciencia es la voz de Dios.
Todos
poseen dicha voz, pero no todos la escuchan.
Quienes han entrenado su
sensibilidad pueden detectar lo que es incorrecto porque genera dentro de ellos
una perturbadora desazón. Y reconocen la virtud por la vibración de armonía que
se crea en su interior. La luz de Dios se encuentra allí en todo momento y los
guía mediante el discernimiento y el sentimiento de paz.
Si
uno no permite que la emoción perturbe el sentimiento, o que la racionalización
de un mal comportamiento afecte al discernimiento, recibirá la ayuda de esa voz
interior.
Seguir
la luz de la guiadora sabiduría interior constituye el camino hacia la
verdadera felicidad, el modo de pertenecer a Dios por siempre, la manera de
desligarse de la influencia coercitiva de los malos hábitos que usurpan el
poder de decisión del ser humano. Muchas personas dominadas por los malos
hábitos se convierten en «antigüedades psicológicas» -jamás cambian, año tras
año cometen los mismos errores y sus manías empeoran.
Sin
embargo, el buscador espiritual, que procura cada día modificar aquellas
características de su naturaleza que no le resultan beneficiosas, trasciende
poco a poco su viejo comportamiento materialista anclado en los hábitos. Sus
acciones y su vida misma se crean nuevamente, «como Dios quiere»: en verdad,
nace de nuevo.
Al
adherirse al buen hábito de practicar a diario la meditación científica,
contempla la luz de la sabiduría de su consciencia crística, la divina energía
del Ser, que hace desaparecer con efectividad los surcos eléctricos del cerebro
formados por los malos hábitos de pensamiento y acción y se bautiza en esa luz.
Se
abre así el ojo espiritual de su percepción intuitiva, la cual confiere no sólo
una guía certera en el sendero de la vida, sino también la visión del reino
celestial de Dios y la entrada a dicho reino y, finalmente, la unidad con la
divina conciencia omnipresente.