martes, 17 de junio de 2014

Consicencia crística, 3ra parte

APUNTES DEL LIBRO"SEGUNDA VENIDA DE CRISTO" POR PARAMAHANSA YOGANANDA

CONSCIENCIA CRÍSTICA, 3ra parte

« y la condenación consiste en que la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas * . Pues todo el que obra el mal, odia la luz y no se acerca a ella, para que nadie censure sus obras. Pero el que obra la verdad se acerca a la luz, para que quede de manifiesto que actúa como Dios quiere» (Juan 3:19-21).

De la omnipresente luz de Dios, imbuida de la Inteligencia Crística universal, emanan silenciosamente la sabiduría y el amor divinos para conducir a todos los seres de regreso a la Conciencia Infinita.

El alma, al ser una proyección del Ser, es una luz que está siempre presente en el hombre para guía de a través del entendimiento y de la voz intuitiva de la conciencia.

Sin embargo, muy a menudo el ser humano trata erróneamente de justificar los hábitos y caprichos enraizados en sus deseos y hace caso omiso de dicha guía; tentado por el "Satanás de la ilusión cósmica", elige acciones que extinguen la luz de la guía interior del discernimiento.
 
            El origen del pecado y del consiguiente sufrimiento físico, mental y espiritual reside, por lo tanto, en el hecho de que la inteligencia y el discernimiento divinos que posee el alma se reprimen debido al mal uso que hace el hombre del libre albedrío otorgado por Dios.

            Aun cuando la gente que carece de entendimiento atribuye a Dios sus propias tendencias vengativas, la «condenación» acerca de la cual hablaba Jesús, no constituye un castigo impuesto por un Creador tiránico, sino que se trata de los resultados que el hombre atrae sobre sí mismo por sus propias acciones, de acuerdo con la ley de causa y efecto (karma) y la ley del hábito.

            Sucumbiendo a los deseos que mantienen su conciencia absorta y recluida en el mundo material -las «tinieblas o porción densa de la creación cósmica donde la luminosa Presencia Divina se halla intensamente velada por las sombras de la ilusión de maya, los individuos ignorantes, identificadas en su condición humana con el ego mortal, se abandonan de manera reiterada a sus modos equivocados de vivir, los cuales quedan entonces grabados con fuerza en su cerebro como malos hábitos de comportamiento mortal.

            Cuando Jesús señaló que los hombres aman las tinieblas más que la luz, se refería al hecho de que los hábitos materialistas alejan de Dios a millones de personas, toman, en cambio, el camino más fácil, que consiste en deslizarse cuesta abajo por la colina de los malos hábitos, acostumbrándose así a las tinieblas de la conciencia mundana.

            Dado que rehúsan escuchar la voz de la Conciencia Crística que les susurra desde el interior de su propia conciencia, se privan de la experiencia del gozo, infinitamente más tentadora, de la cual podrían disfrutar a través de los buenos hábitos que la guiadora luz de la sabiduría, presente en sus almas, les impulsa a crear.  
           
            Las tentaciones materiales prometen felicidad como resultado de la satisfacción de los deseos; alentados por la perspectiva de obtener aunque sólo sea una mínima satisfacción temporal, quienes forman hábitos erróneos y no han estado expuestos al gozo superior de los buenos hábitos prefieren soportar las consecuencias de la satisfacción de los deseos perjudiciales, antes que realizar el menor esfuerzo por reformarse.
           
            Al final, terminan adaptándose de tal modo a la costumbre de ceder automáticamente a la incitación de los malos hábitos, a pesar de las inevitables repercusiones que esta actitud les acarrea, que rechazan categóricamente la idea de abandonar un placer tan traicionero.

            Las tentaciones materiales prometen felicidad como resultado de la satisfacción de los deseos; alentados por la perspectiva de obtener aunque sólo sea una mínima satisfacción temporal, quienes forman hábitos erróneos y no han estado expuestos al gozo superior de los buenos hábitos prefieren soportar las consecuencias de la satisfacción de los deseos perjudiciales, antes que realizar el menor esfuerzo por reformarse.
           
            Al final, terminan adaptándose de tal modo a la costumbre de ceder automáticamente a la incitación de los malos hábitos, a pesar de las inevitables repercusiones que esta actitud les acarrea, que rechazan categóricamente la idea de abandonar un placer tan traicionero.

            Las inquietas personas mundanas, habituadas a la actividad continua, se sienten agobiadas cuando piensan en practicar deliberadamente la quietud de la meditación. Hacen caso omiso del solaz que la comunión con Dios ofrece al alma, pues están convencidas de que sentirán mayor bienestar dando satisfacción a las tendencias que constituyen su segunda naturaleza; la preocupación, el nerviosismo, la charla ociosa y los deseos materiales, por destructivas que éstas sean, en lugar de esforzarse por experimentar el gozo del contacto divino, con el que aún no se hallan familiarizadas.

            El único modo en que les sería posible vencer el perverso hábito del apego mundano consistiría en desarrollar un apego aún mayor por la paz y la bienaventuranza divinas que se obtienen como resultado de alimentar el buen hábito opuesto de la meditación diaria.
           
            De allí el énfasis de Jesús en señalar que con la luz del despertar del alma es posible desvanecer de la conciencia humana la tendencia mortal a preferir las engañosas tinieblas de la materialidad. Ejercitando una y otra vez la fuerza de voluntad para meditar de forma profunda y regular, se puede obtener el contacto con la supremamente satisfactoria Bienaventuranza de Dios y traer de nuevo a la conciencia ese gozo en todo momento y lugar.

            Al comparar a los hombres de las tinieblas con los hombres de la luz, “Jesús” cita el error pensamiento universal que cometen los esclavos de los hábitos: evitar todos los pensamientos relativos a la mayor plenitud de la mente y del cuerpo que les aguarda como resultado de la práctica de los buenos hábitos, porque temen que, al abandonar los imaginados placeres relacionados con el cuerpo, sufrirán la angustia de la privación.
             
            Al igual que la lechuza, que ama las horas nocturnas y se oculta durante el día, del mismo modo, las personas gobernadas por hábitos oscuros rehúyen la luz del mejoramiento personal.

            Siempre que una persona se halle envenenada con actitudes y pensamientos negativos, su oscura mentalidad profesará odio hacia la luz de la verdad. Sin embargo, el aspecto positivo de los malos hábitos es que muy pocas veces cumplen sus promesas. Con el tiempo, queda al descubierto que no es otra cosa que unos mentirosos empedernidos.
             
            Por ese motivo, las almas no pueden permanecer engañadas ni esclavizadas eternamente.

            Aun cuando quienes tienen malos hábitos retroceden al principio ante la idea de vivir mejor, una vez que se han saciado de su mal comportamiento, después de haber sufrido las consecuencias por tiempo suficiente, se vuelven en busca de consuelo hacia la luz de la sabiduría divina, a pesar de que todavía persistan algunos malos hábitos arraigados que deban erradicarse.
           
            Si continuamente practican formas de vivir que se encuentren en armonía con “la Verdad, en esa luz” llegarán a experimentar la paz interior y el gozo, que son el resultado del autocontrol y de los buenos hábitos.

«Pero el que obra la verdad se acerca a la luz, para que quede de manifiesto que actúa como Dios quiere».

            El término «verdad» es un concepto muy escurridizo; Jesús mismo rehusó definido cuando fue interrogado por Pilatos". No siempre es posible aplicar criterios absolutos en nuestro mundo relativo.
           
            Para adherirse a la verdad en la vida cotidiana, el hombre debe guiarse por la sabiduría intuitiva; sólo ella dilucida infaliblemente lo que es correcto y virtuoso en cada circunstancia. La voz de la conciencia es la voz de Dios.
           
            Todos poseen dicha voz, pero no todos la escuchan.

Quienes han entrenado su sensibilidad pueden detectar lo que es incorrecto porque genera dentro de ellos una perturbadora desazón. Y reconocen la virtud por la vibración de armonía que se crea en su interior. La luz de Dios se encuentra allí en todo momento y los guía mediante el discernimiento y el sentimiento de paz.
           
            Si uno no permite que la emoción perturbe el sentimiento, o que la racionalización de un mal comportamiento afecte al discernimiento, recibirá la ayuda de esa voz interior.

            Seguir la luz de la guiadora sabiduría interior constituye el camino hacia la verdadera felicidad, el modo de pertenecer a Dios por siempre, la manera de desligarse de la influencia coercitiva de los malos hábitos que usurpan el poder de decisión del ser humano. Muchas personas dominadas por los malos hábitos se convierten en «antigüedades psicológicas» -jamás cambian, año tras año cometen los mismos errores y sus manías empeoran.

            Sin embargo, el buscador espiritual, que procura cada día modificar aquellas características de su naturaleza que no le resultan beneficiosas, trasciende poco a poco su viejo comportamiento materialista anclado en los hábitos. Sus acciones y su vida misma se crean nuevamente, «como Dios quiere»: en verdad, nace de nuevo.

            Al adherirse al buen hábito de practicar a diario la meditación científica, contempla la luz de la sabiduría de su consciencia crística, la divina energía del Ser, que hace desaparecer con efectividad los surcos eléctricos del cerebro formados por los malos hábitos de pensamiento y acción y se bautiza en esa luz.


            Se abre así el ojo espiritual de su percepción intuitiva, la cual confiere no sólo una guía certera en el sendero de la vida, sino también la visión del reino celestial de Dios y la entrada a dicho reino y, finalmente, la unidad con la divina conciencia omnipresente.